lunes, 16 de marzo de 2009

Blackout!

Parafraseando a Hesse, siempre he creído que sea cual sea la suerte que uno corra, es posible dar significado a cualquier experiencia y transformarla en algo valioso. Es así como en una situación como la que actualmente se vive en Caracas --y estoy seguro de que nadie se atrevería a negar que el adjetivo "crítica" se ajusta bastante bien--, siempre estoy buscando resquicios de luz donde encontrar algo positivo. En medio de la inseguridad, el tráfico, el ruido, el gentío y las otras miles de razones que van obligando al caraqueño de a pie a vivir una vida cada vez más ermitaña, me resulta fascinante la variedad de excusas que pueden inventarse para salir del encierro. En esto, con toda seguridad, profundizaré en el futuro.

El ejemplo que hoy me ocupa no es algo demasiado creativo, no vayan a creer, pero algo tan simple como una "tarde de té y pasteles" puede convertirse en una actividad de autoexploración, digamos, sociológica, tan interesante que bien merece contarla en la lista de "momentos entretenidos por los que vale la pena vivir en Ciudad Caos".

Más allá de los indiscutibles encantos de quienes conformaban el grupo de esta tarde, y de la inolvidable "torta Pucci" --una colorida creación de nuestros anfitriones, que promete convertirse en tema e inspiración para futuras reuniones--, fue inevitable la llegada del "apagón cerebral". Me refiero a un fenómeno (con el que seguramente todos están familiarizados, o al menos eso espero, no quiero creer que soy el único freak al que le ocurre), del cual hasta hoy no había tomado conciencia: la conversación adquiere un ritmo monótono, sea porque no conoces a las personas a quienes los otros se refieren, o porque el tema que surge te resulta simplemente aburrido, y tu cerebro se desconecta del todo, dejando al cuerpo en "piloto automático"- asientes y sonríes, aunque no tienes idea de qué va la conversación, sólo asientes y sonríes... tu mente vaga hacia otras direcciones, o simplemente está apagada... Quizás hasta dices alguna frase standard: "Sí, ¿no? ¡Qué bolas!"... Pero nada, ni idea... ¿De qué hablan? ¿Nos vamos pronto? ¿De qué se ríen ahora? Y de pronto te das cuenta de que es imposible retomar el hilo.

Siendo una persona tímida como soy (no, no es un chiste, realmente lo soy), este tipo de situaciones a veces me ponen al borde de un ataque de pánico. Por fortuna, tomar conciencia de semejante fenómeno es el primer paso para desarrollar una solución, y en este caso, creo haber dado con una bastante viable y simple: es el momento de ir al baño. Nadie se percata de que he perdido el hilo, y muy probablemente para el momento de volver, habrán cambiado el tema y podré incorporarme sin mayor problema.

La tarde terminó muy bien, está de más decirlo. Algunas calorías sobran, es cierto, pero quedó conjurado el aburrimiento de una tarde dominical, y he vuelto a casa con una nueva herramienta contra el pánico social... sólo espero recordarla en medio del próximo "apagón".

No hay comentarios.: